Time travel
La velocidad del viento se mide en escala de Beaufort. Tal vez por ello el automovilismo forma parte de los genes de la familia de Beaufort. Cornelie Petter-Godin de Beaufort fue cocinera, cronometradora y hermana de uno de los últimos grandes pilotos aficionados del deporte internacional de las carreras. Hemos ido a visitarla a su palacio de Holanda en compañía de un 718 RSK Spyder, con el que a finales de los años cincuenta su hermano Carel participó en carreras de montaña.
Por fin unos rayos de luz se abren paso entre las nubes que cubren los jardines del palacio entre los vetustos árboles y en medio de las ramas de una enorme haya roja. La cubierta de hojas nos protege de la deslumbrante luz del presente como si de un objetivo de efecto flou se tratara. El
Nadie puede sustraerse a esta magia. La dueña de los jardines, Cornelie Petter-Godin de Beaufort, acaba de dar la segunda vuelta al vehículo. El automóvil la anima, le abre la puerta al recuerdo de un tiempo pasado.
Cornelie Petter-Godin de Beaufort tiene 84 años. Sus movimientos se han vuelto lentos con el tiempo, sus ojos no han perdido nada de su antigua fuerza. Camina con cuidado. Con las manos hundidas en los bolsillos de la chaqueta parece hacer un esfuerzo por no tocar el vehículo: «En realidad los automóviles nunca fueron para mí más que el medio para conseguir un fin», dice. «Para mí significaban una promesa de libertad. Para mi hermano significaban más, mucho más».
Estamos de visita en el palacio de Maarsbergen en los Países Bajos, el domicilio principal de la familia noble Godin de Beaufort. Carel Godin de Beaufort, el hermano de Cornelie, fue un legendario piloto de carreras que por encima de todo amaba la velocidad, el riesgo y su
Por ello la visita al palacio es también un viaje en el tiempo. De vuelta a los años dorados del deporte de las carreras, cuando los competidores en las carreras de carretera o en los circuitos no eran pilotos profesionales con contratos millonarios sino aficionados obstinados, que no solo daban hasta el último céntimo por su hobby, sino a menudo desgraciadamente también la vida. Este espíritu se pone de manifiesto contemplando el bólido. Paseando por los alrededores del palacio, Cornelie Petter-Godin de Beaufort mantiene vivo este espíritu. No es solo la hermana de Carel, sino que fue también la manager de su equipo, su cronometradora, copiloto, cocinera, su mejor amiga, su más fiel compañera, una hermana espiritual. Cornelie mantiene la cabeza ligeramente inclinada, su mirada ya no se dirige al
En su calidad de heredero de Maarsbergen, Carel Godin de Beaufort estaba más bien predestinado a una vida dedicada a sus tierras: un poco de agricultura, un poco de negocios en bolsa, algunas veladas en el club… Pero para Carel todo esto era demasiado establecido, lento, aburrido. Sus ansias por entregarse a algo incondicionalmente, a la pura velocidad, le convirtieron en piloto de carreras. Y no es casualidad que Carel amara, ante todo, su
El vehículo que desde hace rato contempla Cornelie está reducido a la mínima expresión. Y precisamente por ello parece el prototipo de lo que serían todos los modelos
«Efectivamente, Carel conducía con calcetines», cuenta Cornelie, «era muy alto, y los pocos centímetros que se ahorraba con ello se notaban mucho. Claro que hacía calor y era desagradable». Cornelie aparta la mirada del automóvil y nos invita a entrar en la casa. También aquí el pasado hace acto de presencia. El retrato del piloto de carreras está colocado entre volúmenes dedicados al Grand Prix Zandvoort y al
Cornelie sacude el polvo de un álbum pesado y negro y abre sus páginas. Una de ellas muestra a su padre, un famoso jinete de salto ecuestre. En otra vemos a Carel de niño. Cornelie cuenta alguna travesura de infancia. Como cuando Carel ató el vehículo de una distinguida visita de Ámsterdam a un árbol con unos elásticos que al arrancar frenaron y finalmente catapultaron el coche contra el tronco. Hay historias sobre cómo desmontaba deportivos y los volvía a montar para destrozarlos irreparablemente en la primera salida de prueba. «Desde muy temprano se interesó por los automóviles y no por los caballos, como su padre». La dama cierra el álbum. «Decía que se mareaba cuando montaba a caballo».
Su padre falleció en 1950. A su muerte no quedó nadie que pudiera frenar el entusiasmo de este noble por los automóviles. Ganó sus primeras experiencias en rallyes, y el director de carreras de
No obstante, Carel compitió sobre todo con su escudería privada «Ecurie Maarsbergen», básicamente formada por él, su madre y Cornelie. También el número cuatro de la Ecurie Maarsbergen, el mecánico Ari Ansseems, llegó al equipo más bien por casualidad. «Estábamos en Le Mans. Con Carel viajaban un joven que iba a hacer de mecánico y una chica. De repente desaparecieron los dos. Las 24 Horas de Le Mans significan mucho trabajo, se lo puedo asegurar. Carel gritó y despotricó. Alguien en los boxes le oyó y preguntó desde arriba: ¿Necesita ayuda? Era un mecánico que de hecho había ido de espectador. Nos ayudó esa noche. Y después una y otra vez durante años».
Para un mecánico, el 718 sigue siendo un sueño. Su interior es probablemente mucho más excitante que su cubierta exterior. Pero Cornelie no abre el automóvil ella misma, de eso se encarga Roy Hunter, que es quien cuida el vehículo para la colección
Las cuatro rejillas en los guardabarros traseros, que el mecánico abre igualmente con un medio giro rutinario del destornillador manual, permiten la refrigeración de los frenos de tambor. El neumático de repuesto prescrito para el deportivo está situado en una caja escondida bajo la capota anterior, que ya de por sí es una rara obra maestra: el hecho de que la estructura de la superficie se diferencie del barniz plateado del resto del vehículo responde, como todo en el RSK, a una necesidad técnica. La cubierta se calienta mucho, porque de hecho hace de refrigerador.
Llegó el momento de la prueba. En el nivel bajo de revoluciones el motor petardea en un staccato de encendidos en cadena. Pero en cuanto se desembraga, el sonido se convierte en un bramido seco, agresivo. La maniobra para cambiar de sentido es sorprendentemente difícil: la marcha atrás está bloqueada porque debido a la disposición de las marchas el riesgo de pasar directamente de la primera a la marcha atrás sería demasiado grande. A continuación sigue un recatado desplazamiento sobre la gravilla de los jardines. Un poco de presión al acelerador, segunda marcha, tercera, y los 148 CV comienzan a rugir. Cuarta marcha, el vehículo podría alcanzar los 260 km/h, pero no nos acercamos ni de lejos a esa velocidad. Sin embargo 3.000, 4.000, 6.000, 7.000 revoluciones. El motor ruge. Se nota cada piedrecilla, estamos atrapados en la estrecha carrocería y en algún momento perdemos la noción de dónde acabamos nosotros y dónde comienza el vehículo.
«Lo que más me gustaba de todo ello era la deportividad», recuerda Cornelie Petter-Godin de Beaufort. Y se refiere a mucho más que la pura necesidad de medirse en las competiciones. Se trata del verdadero comportamiento deportivo, del hecho de entregarse con coraje y espíritu pionero a una gran misión, a un peligro, o incluso a las propias limitaciones, todo ello con dignidad y con una amistosa afinidad también con respecto al rival. «Carel era muy extrovertido y generoso. En él todo era grande. Invitaba a todo el mundo. Pero también podía ser difícil, muy difícil, cuando algo no le gustaba o no funcionaba bien. También en eso era muy extremo». Sus contrincantes sabían cómo tratarlo, y a lo largo de los años se convirtieron en íntimos amigos: Wolfgang Graf Berghe von Trips, el caballero alemán en el coche de carreras, Gerhard Mitter o Jim Clark. «Creo que en aquellos tiempos la amistad era más profunda. Los pilotos, todos nosotros éramos como una comunidad cerrada». Es el único momento en el que baja mucho la voz. «Eran personas muy especiales». Von Trips, Mitter, Clark, todos ellos pagaron su pasión con la vida, como su hermano.
Cornelie Petter-Godin de Beaufort no solo perdió a su padre y a su hermano demasiado pronto. También perdió a su marido, al que había conocido poco después de la muerte de Carel, un excelente jinete de salto ecuestre y soldado de elite, que falleció pocas semanas después de la boda, antes del nacimiento de su hija. También esta muerte parece como de otra época. Durante unos ejercicios militares el esposo se lanzó sobre un recluta que había lanzado una granada demasiado en picado, salvándole la vida a cambio de la suya propia.
Al finalizar la visita acompaña al huésped a la puerta y vuelve a contemplar por todas partes el 718. Una última mirada. Las tapas laterales y la capota del motor, todas ellas de nuevo firmemente cerradas. Es como si el automóvil estuviese esperando, pendiente de algo, como si su gran momento estuviera todavía por llegar. Cornelie asiente con la cabeza, casi sorprendida, como si lo hubiese olvidado durante todos estos años. «Sí», dice Cornelie. «Es un automóvil muy bonito».
Autor Jan Brülle
Fotógrafos Albrecht Fuchs, Julius Weitmann
El concepto del Porsche 718 es típico de Porsche
Motor central y construcción ligera envueltos en un paquete de estilo moderno. Purismo para circuitos y carretera.
Es la evolución del icono. El 718 se creó a partir del legendario 550, lleva sus genes y consiguió, junto con él, más de 1.000 victorias.
Motor central, construcción ligera, y un diseño muy moderno así como potentes motores de cuatro cilindros caracterizan la filosofía de los legendarios
Competidores privados y pilotos oficiales como Wolfgang Graf Berghe von Trips, Hans Herrmann, Graham Hill, Ricardo Rodríguez o Joakim Bonnier acumularon con los veloces y ágiles deportivos más de 1.000 victorias, procurando sorpresas en serie. Pues a pesar del comparativamente pequeño motor bóxer de cuatro cilindros se consiguió una victoria general tras otra, triunfando frente a una competencia equipada con mayor potencia.
La historia del 718 y del 550 Spyder es la historia de una evolución paulatina, y por ello típica de
Le siguió en 1956 el 550 A Spyder (40 unidades), que se caracterizaba por un chasis tubular así como un motor más potente. En un 550 A el italiano Umberto Maglioli obtuvo en 1956 una sensacional victoria en la
Como sucesor y desarrollo del 550 A debutó en 1957 el 718 RSK (34 unidades). La tecnología y el automovilismo se unieron a la hora de darle nombre, pues mientras que RS son las siglas de la denominación alemana del deporte del motor (Rennsport), K se refiere a las entonces recién introducidas barras de suspensión de torsión frontales, colocadas en forma de una gran K boca arriba. Adicionalmente, el 718 se equipó con un marco de tubos de acero sin soldadura, lo que procuró robustez adicional manteniendo su construcción ligera. También se siguieron optimizando el motor, el chasis y los frenos de tambor. El 718 RSK celebró victorias en todo el mundo: en Le Mans, el Nürburgring, Argentina y el Riverside de California, así como en numerosas carreras de montaña. Además tanto el 550 A Spyder como el 718 RSK pudieron demostrar el enorme potencial de estos modelos
Cuando el nuevo reglamento de la FIA exigió que las construcciones se aproximaran más a los modelos de la serie,
Para aprovechar el potencial del 718 Spyder también en las 24 Horas de Le Mans, el 718 RS 61 se construyó como versión cupé. En 1961 salió a competición el 718 GTR todavía con un motor de cuatro cilindros. En la temporada de 1962 se equipó con un motor de ocho cilindros y dos litros, y con frenos de disco. También con estos dos tipos de motores, de 1961 a 1964, participó en las carreras el 718 W-RS Spyder. Cariñosamente llamado «abuela» por los mecánicos durante su longeva carrera, este ejemplar único ganó el Campeonato de Europa de montaña en 1963 y 1964. Y de este modo volvió a demostrar una vez más el potencial de este concepto de motor central de
Autor Dieter Landenberger
Fotografía