El baúl de los recuerdos de Röhrl
No se recrea en el pasado ni le gusta el culto a su persona. El bávaro Walter Röhrl, el mejor piloto de rally de todos los tiempos, cumple 70 años en marzo. Para esta ocasión saca la caja de fotos y rememora para Christophorus siete momentos especiales: hitos de su carrera y encuentros entrañables.
1) El principio de todo
Sin mi amigo y compañero de esquí, Herbert Marecek, yo jamás me hubiese convertido en piloto profesional de rally. Un día, de camino a las montañas, me dijo: «Conduciendo como conduces, deberías ser piloto de rally o de carreras». Yo le repliqué: «¿Estás loco? ¿Quién se supone que va a pagarlo?» Entonces él me propuso: «Si consigo un coche y no tienes que pagar nada, ¿te pondrías al volante?» Le contesté: «Vale, si no hay que pagar nada, sí». De modo que él se encargó de conseguir los coches: unas veces era el automóvil de un amigo y otras el modelo de prueba de un concesionario. El caso es que Herbert me animó constantemente, y en 1970 vendió las acciones de su padre para poder pagar 15.000 marcos alemanes por un
2) Perfección en cualquier pista
Aquí estoy con Franz en la estación de esquí. Durante un tiempo tuvimos mucha relación porque teníamos el mismo manager, Robert Schwan. Franz Beckenbauer me convenció para que entrara a formar parte del círculo de los «exploradores de la nieve», integrado por 15 famosos del deporte que se juntaban cada año para esquiar en la localidad austriaca de Obertauern. Entre ellos se encontraban Sepp Maier, Willi Holdorf, Max Lorenz y Uwe Seeler. Algunos esquiaban mejor y otros peor. Mi contrato me prohibía esquiar. Así que si me hubiese lesionado habrían dejado de pagarme. Pero el dinero jamás me interesó. Siempre había esquiado y, de hecho, antes de empezar a correr en rallies yo ya tenía un título estatal de monitor de esquí. Hice el cuarto mejor examen de Alemania y por eso entré en el equipo de profesores de la Asociación Alemana de Esquí. En aquel entonces solían decir de mí que era un «yonqui» de la velocidad: era rápido con los esquís y con el coche. Pero la verdad es que la velocidad más bien me asusta. A lo que aspiro es a la perfección. Mi objetivo era moverme con los esquís con la misma naturalidad que si no llevara tablas bajo los pies. Y quería conducir de forma que el coche respondiera al más leve gesto de mi meñique. Solo entonces me daba por satisfecho.
3) Pasión por el ciclismo
Pronto descubrí que el ciclismo constituye un entrenamiento ideal, y acabó convirtiéndose en una de mis grandes pasiones. Desde mediados de los ochenta hasta mediados de los noventa, pedaleé cada año entre 8.000 y 10.000 kilómetros en una bicicleta de carreras. Corrí muchos maratones con Kuno Messmann, el entrenador del equipo nacional de esquí de Alemania, y también practiqué ciclismo de montaña en el monte Grossglockner. El récord en el Grossglockner, obtenido en una vuelta a Austria, era entonces de 56 minutos, y yo lo hice en 1:06. Pero lo mejor eran las vacaciones con la bicicleta en compañía de Eddy Merckx en Italia o Francia. Allí se reunían anualmente unos cuantos locos del ciclismo. Menos yo, todos habían participado en el Tour de Francia. Por el valle hacíamos tranquilamente etapas diarias de unos 100 kilómetros en grupo. Pero cuando venía un desfiladero, la consigna era: ¡Al ataque! Gané la clasificación de montaña tres años consecutivos. En eso no había quien me ganara. En la actualidad todavía voy mucho en bicicleta, pero ahora prefiero la de montaña a la de carretera.
4) Objetivo en la vida: ganar en Montecarlo
Nunca había soñado con convertirme en campeón del mundo. Pero lograr ganar, aunque solo fuera una vez, en Montecarlo, el rally más legendario del mundo, era el gran objetivo de mi vida. Por aquel entonces solía decirme: «Cuando gane en Montecarlo, dejo el automovilismo. No lo hago para ganar dinero, sino para ver si soy un soñador o realmente soy el mejor». Esa era mi motivación. En muchas de las fotos donde salgo como campeón aparezco muy serio. Así es mi carácter: no me pongo a dar gritos de alegría. Cuando me bajo del coche después de haber alcanzado la meta, lo hago contento por haber hecho mi trabajo a la perfección y lo doy por zanjado. Pero cuando gané en Montecarlo en 1980, fue distinto. Estuve eufórico durante tres días. Había triunfado en la vida, conseguido lo que me había propuesto. Realmente había decidido dejarlo, pero mi copiloto Christian Geistdörfer me dijo: «¡Estás loco! ¿Ahora que por fin va todo sobre ruedas quieres dejarlo?». También mi mujer me dijo: «¡No seas necio! A ti te encanta conducir, si lo dejas te vas a volver loco». Yo quería participar en rallies, pero no me sentía nada atraído por el culto a mi persona. Tuve que aceptar que no se podía evitar y me decidí a continuar. ¡Por suerte!
5) Una dolorosa avería
Junto con el Rally de Montecarlo y el de Nueva Zelanda, el de San Remo en la Toscana era uno de mis favoritos. En 1981 todavía no tenía contrato con
6) De maestro a maestro
Herbert von Karajan era un apasionado de los coches. Este director de orquesta mundialmente famoso quería conocerme a toda costa y Ferdinand Piëch lo puso en contacto conmigo. Así que fui a Anif, cerca de Salzburgo, a conocer a Karajan y me saludó diciendo: «¿Sabe por qué quiero ir con usted en coche?». «Pues supongo que porque conoce al Sr. Piëch y porque los dos tenemos el mismo coche». «No, no. Verá… yo tengo un yate de vela, un Swan. Es lo mejor del mercado. Y mi avión es un birreactor Falcon, también el mejor en su segmento. Quiero siempre lo mejor. Y por eso quiero ir con usted en coche». Fuimos en dirección a Hallein hasta el macizo de Tennen. Después de un rato, Karajan dijo de repente: «He visto en vídeos que usted frena con el pie izquierdo. ¿Puede enseñarme cómo lo hace?». Yo le respondí: «Para eso hay que llegar al límite de la física, es decir, hay que ir muy rápido». Karajan replicó: «No hay tráfico, puede ir todo lo rápido que quiera. Si viene una curva a la izquierda ya miro yo por usted». Y, efectivamente, cada vez que nos aproximábamos a una curva a la izquierda, él se echaba hacia adelante para ver por el parabrisas por encima del salpicadero y decía: «¡Todo bien, todo bien!». Al despedirse me dijo: «Voy a practicar un poco primero y le vuelvo a llamar». Después de aquel día le estuve visitando durante dos años. Conducir le hacía feliz y me prometió: «Para usted siempre habrá un sitio en mis conciertos, y para llegar allí siempre tendrá mi avión a su disposición». El ofrecimiento me alegró mucho, pero nunca pude disfrutar de él porque por entonces yo tenía la agenda muy apretada.
7) Victoria increíble
Cuando en 1987 dejé de correr en rallies, participaba de vez en cuando en carreras por carretera sustituyendo a Hans-Joachim Stuck cuando él no estaba disponible, como por ejemplo en las cataratas del Niágara de la Trans-Am en 1988. El recorrido urbano de este sinuoso circuito se delimitaba con muros de cemento, lo cual significaba que no era posible salirse ni un centímetro. Para los pilotos de carreras por carretera esto es nefasto porque entonces no se atreven a conducir al límite. Sin embargo nosotros, los corredores de rallies, estábamos acostumbrados a eso. En el entrenamiento logré una ventaja de 2,6 segundos. Los americanos dijeron: «¡Pura suerte! ¿Habéis visto que siempre pasaba a medio palmo del muro? ¡Mañana no aguanta ni cinco vueltas!» Al día siguiente teníamos 40 grados y en el aire había una humedad relativa del 100%. La carrera duró algo más de tres horas y adelanté a todos, incluido Scott Pruett, que obtuvo el segundo puesto. Todos habían subestimado la precisión al volante que exigen los rallies. Fue una carrera totalmente a mi gusto.
Anotado por Bernd Zerelles
Fotografía Bernhard Huber; privado
Walter Röhrl
Nacido el 7 de marzo de 1947 en la ciudad alemana de Ratisbona, este piloto de rally es una de las personalidades más sobresalientes de la historia del automovilismo. Durante su carrera profesional, entre 1973 y 1987, ganó dos campeonatos mundiales de la FIA (1980 y 1984), un campeonato europeo (1974), 14 carreras de campeonato mundial y cuatro veces el Rally de Montecarlo. Su primer coche de propiedad fue un
«Genio sobre ruedas»
Con motivo del 70º aniversario de Walter Röhrl, el Museo