La sombra del golfista
Pocas personas pueden presumir de tener tanto éxito transportando una bolsa de palos de golf como Craig Connelly. El escocés lo ha conseguido. Lo cual no es de extrañar: este caddie es uno de los mejores de su profesión. Christophorus ha conversado con él sobre el triunfo para la eternidad y sobre victorias no alcanzadas.
A los caddies les gusta jugar a la ruleta de las tarjetas de crédito entre ellos. Lo hacen por ejemplo en Ponte Vedra Beach, Florida, durante el Players Championship, uno de los torneos más significativos del golf internacional. Craig Connelly, de 40 años, acaba de disfrutar junto con sus colegas de una buena cena en un restaurante de carnes. A la hora de pagar, el grupo decide que sea el azar el que decida quién paga la cuenta. Y le piden a la camarera que, con los ojos cerrados, vaya sacando de un cuenco las tarjetas de crédito de todos los comensales. El propietario de la tarjeta que quede al final tendrá que pagar toda la consumición. En este caso le toca a Connelly. El último paga. Connelly salda la cuenta sin rechistar y no indica a cuánto ascendía la misma. Es un buen conversador, pero no un chismoso. Por lo mismo tampoco revela ningún detalle sobre la vida de sus empleadores. El primer mandamiento en el negocio de Connelly es que solo un caddie discreto es un buen caddie.
Chico para todo
«De hecho habría querido ser golfista profesional», dice Connelly, que durante su infancia en Clydebank, un suburbio obrero de Glasgow, ya manifestaba su talento por la pelota y el palo. Hay que aclarar que en Escocia – la patria del golf – este deporte no es un privilegio de círculos supuestamente adinerados, sino que se trata de un deporte popular. Los padres de Connelly – su madre era maestra y su padre dirigía un negocio de gastronomía – apoyaron en lo posible al mayor de sus tres hijos para que practicara su hobby. Pero Connelly pronto se dio cuenta de que con un hándicap cuatro no podía aspirar a una carrera internacional. Como no quería ser profesor de golf pero deseaba seguir fiel a su deporte favorito, escogió la profesión de caddie. Durante ocho años acompaña a jugadoras profesionales de golf en sus torneos por Europa y EE.UU. Les lleva la bolsa, limpia los palos, les entrega las pelotas, calcula la distancia de la pelota hasta el green o les aconseja sobre la elección del palo más adecuado con la esperanza de superar las dos primeras vueltas de un torneo y, con ello, el denominado cut. Porque en caso contrario no solo el jugador se va de vacío, sino también el portabolsas. O sea, que para ejercer esta profesión hay que saber apostar, a no ser que al caddie le toque la lotería y le contrate uno de aquellos jugadores que prácticamente siempre se llevan un premio a casa. El caddie más famoso y probablemente el más adinerado de toda la historia del golf es el neozelandés Steve Williams, que entre 1999 y 2011 fue la sombra de Tiger Woods. Williams suscribió contratos de publicidad, y se dice que en el campo ganó un total de 12 millones de dólares americanos trabajando entre 25 y 30 semanas al año.
«A mí también me habría gustado llevarle las bolsas a Tiger Woods», reconoce Connelly con una sonrisa. Su primer empleador entre los profesionales masculinos es Paul Casey en 2004, y no está nada mal. El elegante inglés es uno de los jóvenes rebeldes que enriquecen el golf con un juego espectacular, lo que les ha valido el nombre de «young guns». Casey y Connelly se han conocido en una boda. «Jugamos al golf y fuimos de fiesta, fue un fin de semana excepcional», recuerda.
Unas semanas después, el inglés pone a prueba al escocés en un torneo en Alemania. Funciona bien. Obtienen el tercer puesto. «Yo creí que eso iba a ser todo y volví al Ladies Tour en EE.UU.», cuenta Connelly. Dos semanas más tarde recibe una llamada: Casey quiere contratarlo como caddie para la Ryder Cup, la competición por equipos más prestigiosa del deporte del golf. El torneo en el que cada dos años se enfrentan los mejores profesionales de Europa y EE.UU. en 2004 se celebra en Detroit. Los europeos, capitaneados por Bernhard Langer, descalifican al equipo norteamericano con un resultado récord. Desde entonces no ha vuelto a haber otra Ryder Cup sin Connelly. En dos ediciones más compite al lado de Casey, y después, tras una breve intervención asistiendo a la leyenda escocesa del golf Colin Montgomerie, pasa a colaborar con Martin Kaymer.
El ascenso a la cima mundial
En el tándem con este alemán comienza la época más gloriosa de Connelly. Con Casey ha ganado torneos y ha logrado posicionarse en el puesto número tres del ránking mundial, pero con Kaymer consigue dos títulos major, con lo que escala al primer puesto. En 2014 Kaymer gana primero el Players Championship y después el Abierto de Estados Unidos en un margen de solo cinco semanas, acumulando un premio en metálico de 3,42 millones de dólares. Connelly es nombrado «Caddie del año» y recibe un porcentaje. ¿Cuánto? «Bueno, la gente habla siempre de un 10%, pero no es cierto», niega rotundamente. «Es menos, pero no me voy a quejar».
El gran sueño de Connelly es ganar en su torneo favorito: el Masters de Augusta en EE.UU., cuyo campeón es premiado no solo con una buena cantidad de dinero en efectivo, sino también con la codiciada chaqueta verde. Sin embargo, Kaymer tiene sus dificultades con este torneo y hasta ahora no ha salido demasiado bien parado en este recorrido. «Pero nos estamos aproximando a la chaqueta», confía Connelly. «Por lo menos el año pasado Martin Kaymer pasó del cut… Bromas aparte, estoy seguro de que puede jugar mejor en este campo y que es capaz de ganar también el Masters».
Kaymer ya puede agradecerle a su sombra Connelly un triunfo para la eternidad: en la Ryder Cup de 2012 el caddie analiza con tal precisión la pendiente, la inclinación y el estado del césped, así como la distancia, la dirección y la posición de la pelota con respecto a la bandera, que el tiro decisivo le supone al equipo europeo el «milagro de Medinah» frente a EE.UU. El alemán remonta la competición y Europa defiende la copa tras una dramática jornada. Aunque no siempre sale todo tan bien como en este torneo. También un profesional como Connelly se equivoca de vez en cuando, como en 2015, cuando Kaymer se presenta como favorito en el Abierto de Italia. «En esa ocasión le recomendé un hierro más corto para el tiro a la bandera en un par cinco», cuenta Connelly con un mohín. Kaymer falla el green, un tiro y, en consecuencia, la oportunidad de la victoria. «Cometo errores como cualquier otro, pero me esfuerzo en aprender de ellos».
Texto Thomas Lötz
Fotografía Stefan Von Stengel
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