Born to be wild
Un paraíso natural donde se pasean uros, ponis salvajes y corzos, y donde clientes de
Son poco más de las seis de la mañana cuando la primera luz del día comienza a incidir en la penumbra. Pero los cazadores necesitan los primeros jirones de luz para divisar y distinguir la caza. Y para Bertram Schultze es el momento de echarse el fusil al hombro. La escopeta de tres cañones tiene una historia particular, pero su relato ahora tiene que esperar. Kalle, el perro de caza de Schultze, una mezcla de terrier y labrador, sale disparado del maletero y se sumerge rápidamente entre los arbustos, siempre con la nariz rastreando el suelo cubierto de rocío. ¡Es la hora de la caza!
Schultze camina con paso rápido por la hierba, esforzándose en seguir al apresurado Kalle. Lentamente, el sol comienza a perfilar los contornos del paisaje. Los arbustos de espino blanco forman pequeñas islas sobre el suelo verde mate. Un coro polifónico de pájaros ensaya la banda sonora del amanecer. Dos milanos reales dibujan círculos en el intenso azul del cielo. Esto le recuerda la sabana africana, dice Schultze. Pero de repente se detiene: «¡Kalle, aquí!». El perro sale de los matorrales y se detiene a los pies del cazador, que a través de sus prismáticos divisa dos corzos a unos centenares de metros de distancia.
Del campo de entrenamiento militar al offroad
Este recinto que despierta memorias de África se encuentra a las puertas de Leipzig, rodeado de autopistas y áreas industriales. De vez en cuando el viento acerca el ruido de los motores. En el horizonte, un edificio parecido a un ovni parece descansar sobre su punta; los empleados de
Schultze se apoya en una valla que separa los pastos del recinto de pruebas. A su lado está Carsten Helling, que es responsable de la conservación de las áreas de compensación. Los dos han quedado esta mañana. Justo frente a ellos pasta un grupo de uros de imponente cornamenta. Entre ellos hay bueyes enormes que pesan más de una tonelada, pero también algunos terneros de pocas semanas y mullido pelaje. Empezaron siendo una docena y ahora hay unos 75 ejemplares. De repente, como obedeciendo a una señal secreta, se ponen en movimiento y salen al galope.
«Los uros son importantes para el ecosistema, impiden que la maleza crezca demasiado. La mezcla de campo abierto, arbustos y árboles constituye un biotopo ideal para animales salvajes, pájaros e insectos», explica Helling. Se ocupa del rebaño, examina su salud, los alimenta en los inviernos fríos y de vez en cuando se lleva algún ternero a casa para criarlo. Helling nos lo cuenta con perceptible orgullo, como también que regularmente se entregan ponis Exmoor a asociaciones de la región para mantener su número constante.
Desde 2002, y por encargo de
El cazador más joven de la República
«La naturaleza supone tiempo para estar consigo mismo», afirma Schultze. Desde algún lugar escondido en la maleza se oye la llamada de un faisán que arranca el vuelo con un ruidoso batir de alas. «Podría pasarme el día contemplando la naturaleza, viendo a los zorros que alborotan a los terneros, o los bueyes que se pelean con los ponis: son momentos únicos».
Schultze ha pasado toda la vida con animales, primeramente en Kenia, donde su padre, un veterinario, construyó varios centros veterinarios para cebús. De vuelta en Alemania, a los 10 años le acompañaba en el puesto de aguardo, y a los 15 obtuvo el permiso de caza, convirtiéndose entonces en el cazador más joven de la República. Su abuelo le regaló la escopeta de tres cañones: «Hecha a mano en Suhl, aguantará unos 100 años más». Pero hoy no la usa. Los corzos están a salvo de Schultze, pues todavía es tiempo de veda. Mientras tanto, el sol se ha levantado y el cazador se tiene que ir a la oficina. «Preferiría seguir rondando por el terreno hasta que anochezca».
Texto Dirk Böttcher
Fotografía Bernhard Huber