Música entre las luces
 

Música entre las luces

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Incursión: solo las luces del Boulevard Strip de Las Vegas acompañan al Panamera a través del amanecer.

Una carrocería cromada deslizándose entre miles de luces de colores, un Panamera reflectante llevando a una princesa del blues por la ciudad de los sueños: toda una experiencia óptica y acústica. Desde el asiento trasero de un Porsche cromado, Kayy Nova nos ofrece un pequeño concierto privado con una voz tan poderosa como el motor del Panamera. Esta es la historia de una incursión en la noche llena de música y color y su correspondiente despertar en Las Vegas.

Mien

tras camina con paso firme por el ardiente asfalto, las luces de neón de los carteles refulgen como estrellas sobre su vestido rojo. Son los escenarios de Las Vegas con todos sus focos. Kayy Nova los conoce bien. De día, Las Vegas es una calle sedienta en medio del desierto de Nevada, pero por la noche, la ciudad se transforma en un universo de luces de colores, un espejismo de felicidad repleto de fuentes de agua, engañosas tragaperras y pájaros de noche en busca de un sueño.

Esperando que el destino les haga un guiño en forma de fortuna, muchos sucumben a la magia del juego. Otros simplemente encuentran placentero escapar por unas horas a la rutina entre rugidos de tigres, magos engatusadores, ágiles bailarinas y bodas celebradas sin salir del coche. ¿Qué tienen en común los 40 millones de personas que visitan la ciudad cada año? Que disfrutan de la sensación de estar en un microcosmos donde no tienen cabida las preocupaciones. Visiones, sueños y, sobre todo, una gran dosis de fantasía. De eso es de lo que se alimenta una ciudad que, en sentido estricto, no produce nada. Nada salvo brillo y resplandor.

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Bajo los focos: por las calles de la urbe, ambos llaman la atención, el brillante Panamera y Kayy Nova, la mujer que lleva el blues en la sangre.

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Segura de sí misma: una gran voz no tiene necesidad de amplificador, al igual que un gran coche no la tiene de un escenario artificial.

Pero bajo esa quimera de luces hay una Las Vegas distinta que entusiasma a Kayy Nova. Aunque nació en el sureste de los Estados Unidos, en Georgia, esta belleza veinteañera creció más al norte, en Indiana. El lugar donde se disputa la carrera de coches más famosa del país, Indianápolis, es también el lugar donde Kayy descubrió su don más preciado: la voz. Una voz que no maduraría en clases privadas, sino en un coro de góspel y que, hace un par de años, terminaría conduciendo a Kayy, su marido y su hijo hasta Las Vegas. Porque anhelaba más. Porque sentía vibrar el ritmo en su interior. La música es su vida y timón. Así es que la joven familia lo dejó todo y se mudó a Las Vegas sin un plan concreto, pero con la creciente sensación de estar haciendo lo correcto.

Kayy se queda sin palabras frente al Panamera. Ha cantando en muchos lugares, pero nunca ha actuado en el interior de un Porsche, un Porsche cromado. Casi un poco emocionada, la cantante pasa la mano por los relucientes flancos y se hunde en el mullido asiento trasero. Será precisamente desde este escenario desde donde, un poco más tarde, nos ofrecerá un pequeño concierto privado y nos mostrará Las Vegas. Su Las Vegas. ¡El escenario es suyo, Miss Kayy Nova! ¡Bienvenida! El Panamera cromado rueda por la ciudad. Su piel pulida atrapa millones de chispas de luz, las refleja y las acelera en todas las direcciones. Fuegos artificiales sobre llantas de aluminio. El proyecto artístico sobre ruedas no pasa desapercibido. ¿Cómo iba a hacerlo si nos encontramos en el Boulevard Strip de Las Vegas? Aún no hemos recorrido ni cien metros cuando los primeros transeúntes desenfundan sus móviles y empiezan a hacer fotos.

Kayy no parece hacer mucho caso de la atención despertada. Echa hacia atrás su magnífica cabellera rizada, juega con la calefacción del asiento, tararea una nueva melodía… Su álbum debut, «The Notebook», salió a finales del año pasado. Siete canciones sobre los altibajos de la vida, envueltas en una miscelánea de blues, rhythm and blues, neo soul y hip-hop y recitadas con una voz que no necesita amplificador para conquistar corazones.

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Breve pausa: el autor Dani Heyne disfruta de las vistas desde el Panamera tanto como de la visión del Panamera y su refulgente carrocería.

¿Que si Las Vegas ha conquistado el suyo? Casi. No le gustan las fachadas que no tienen nada nada detrás ni los pop shows. Demasiado artificiales, les falta alma. Para Kayy, el principal atractivo de la ciudad reside en la vida que se desarrolla fuera del mainstream, en el día a día de los auténticos héroes de Las Vegas: sus habitantes. A la cantante le gusta su forma de ver la vida. Las Vegas es una ciudad segura y cómoda para vivir con niños, dice Kayy sobre su nuevo hogar. Temperaturas suaves en invierno y mucho calor en verano. Y un mosaico de tiendas de colores en el centro. «Allí es donde actúo, donde siento la ovación sincera del público», comenta sobre lo que, para ella, constituye el corazón de la ciudad. «¿Os apetece ir a verlo?».

Ni corto ni perezoso el Panamera corre, elegante, entre el mar de luces de los grandes hoteles. Unos mastodontes cuyas siluetas parecen gigantescas torres de un gran tablero de ajedrez. Los peatones aplauden al coche, los conductores nos hacen gestos con el pulgar hacia arriba. No cabe duda: el resplandeciente traje de luces gusta.

Unos 10 minutos más tarde llegamos al centro de Las Vegas, el llamado downtown. Parece que estemos en otra ciudad. El ambiente recuerda al corazón de Los Ángeles: hip, cool, auténtico, sensible y recubierto de pátina. Vagamos por la maraña de calles y vemos la luz matutina reflejarse en los escaparates de pequeños cafés que empiezan a abrir a esta hora. Poco después, los rayos del sol, cada vez más claros, iluminan las fachadas de pequeños comercios de moda, muebles, música…

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Siempre explorando nuevos campos: muy lejos del esplendor, el glamour y el ajetreo se encuentra la tienda de discos preferida de la cantante.

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Fuente de inspiración: Kayy adora a Aretha Franklin, y si puede ser en vinilo, mejor.

Kayy dirige el Porsche hacia uno de sus cafés favoritos, una tienda de vinilos bien ordenados y, después, hacia un restaurante vegano. Todo el mundo responde con una sonrisa cuando mencionas la otra zona de la ciudad, la de las luces, la mundialmente conocida. Esta de aquí solo la conocen los más avezados. Las Vegas –en esto coinciden todos– es mucho más que una calle de colores repleta de casinos donde corre el dinero y abundan los hoteles de infarto. Las Vegas también es, por ejemplo, las impresionantes montañas que rodean la ciudad, esas que tantos turistas pasan por alto. «Algunos amigos incluso me han llegado a preguntar si vivo en un casino…», comenta Kayy sonriendo.

Ha llegado el momento de hacer la última visita de nuestro tour. El Porsche atraviesa la ciudad frente a luces que ahora ya comienzan a desvanecerse, y se detiene frente a una vieja valla de tela metálica. Aquí comienza el viaje en el tiempo. Los carteles de luces de neón nos transportan a la vieja Las Vegas, que alberga el museo homónimo al aire libre. Testigos de una época en la que sobre los escenarios cantaba Elvis. A Kayy le apasiona. Convence al conserje y este nos abre el exclusivo escenario. «Menuda imagen», dice Kayy más tarde, mientras el Panamera la vuelve a trasladar con suavidad por las calles de la gran ciudad. Entonces comienza a hablar de todas las grandes estrellas que han actuado en la ciudad. De todos los famosos que la han hecho brillar. ¿Que si algún día ella también cantará en uno de esos grandes escenarios? «Quizás», responde.

Con una sonrisa surcándole el rostro, la cantante se reclina y disfruta la llegada del día tras las luces de la noche. Y, entonces, de pronto, ocurre algo extraordinario: Kayy comienza a cantar uno de los temas de su álbum. ¿Que cómo suena? Cristalino, heterogéneo, cálido. Inolvidable. Gracias, Kayy.

Texto Dani Heyne
Fotografía Frank Kayser

El blues

Canciones que hablan de la vida entendida como un desafío eterno, de las preocupaciones y el dolor vital. Así es el blues, un estilo que forma parte del ADN musical de los Estados Unidos. En su vertiente moderna, como la que representa Kayy Nova, se ha consolidado principalmente el garage bluesrock. Melancólico, sí, pero mirando al futuro con esperanza.

Hace años que el blues vive un auge en sus distintas variantes (el clásico con canto y guitarra, el electrónico con downbeats y reminiscencias de hip-hop…), pero no olvida sus orígenes, allá en los campos de algodón del profundo sur norteamericano. Allí es donde nació. Luego, más adelante, leyendas como Robert Johnson, Muddy Waters o Bo Diddley lo desarrollarían. Se internacionalizó en los años sesenta como uno de los antecesores de la cultura pop moderna. Guitarristas como Eric Clapton, Jimmy Page o Jeff Beck cabalgaron desde Gran Bretaña a lomos del blues para convertirse en epígonos del rock.

Prototipo del antihéroe, el músico de blues clásico es alguien que sufre al tiempo que muestra una actitud impasible. Su hábitat está en bares llenos de humo, y por sus venas corre el whisky. Nadie osa meterse con él, pues nadie es más peligroso que quien nada tiene que perder. Se pone en marcha con su instrumento al amanecer. Hacia dónde, es algo que no sabe ni él. Y, aunque este estilo musical comparta su nombre con un color, el blues no tiene mucho de colorido. Su momento preferido del día es la noche oscura. En un mundo iluminado como máximo por el letrero con el nombre del club, la vestimenta del músico de blues también acostumbra a ser lúgubre. Hoy, cuando Jimi Hendrix hace tiempo que se convirtió en un icono de la penetrante guitarra eléctrica, las cintas de colores que adornaban su frente recuerdan como mucho el macrofestival de Woodstock de 1969. Es su carisma el que ha continuado refulgiendo hasta hoy, un genio atormentado convertido en mito tras su muerte.

Las mujeres siempre se mostraron algo más apagadas y frágiles, mientras los hombres se inclinaban por las voces graves y las explosiones de emoción. Pero siempre hubo cantantes femeninas de blues. Nadie ha podido superar aún la potente voz de Janis Joplin, o Bonnie Raitt, iniciada en el arte de tocar la guitarra por los mismísimos viejos maestros del delta del Misisipi.

Hace más de cien años que el blues viene narrando la misma historia, una historia de seres perdidos afligidos por el dolor vital. La vida como un desafío eterno. Blues en estado puro. En inglés, la palabra se ha convertido en sinónimo de melancolía y un alma que no encuentra su hogar. Esta aflicción básica es la que caracteriza al blues. El arte de admitir que no todo es de color de rosa pero que aún así hay que seguir adelante. El blues moderno está en muy buena forma, ni rastro de anquilosamiento o nostalgia eufemística. Grita hacia adelante, hacia un futuro que, a pesar de las preocupaciones, rezuma esperanza.

Texto Ralf Niemczyk