Disonancia
 

Disonancia

El poder de la imagen. En los recónditos parajes del norte de Escocia solo hay dos opciones: destilar whisky o dar rienda suelta a tu creatividad. Chris LaBrooy optó por lo segundo y ahora recrea escenarios fantásticos con su ordenador. Sus objetos favoritos para sus creaciones en 3D proceden de Zuffenhausen.

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Esta historia comienza con una pequeña disonancia. El elemento en cuestión tiene cinco meses, es un cruce entre carlino y Beagle, y sin duda, una auténtica monada. Pero ¡ay, su nombre! ¡Enzo! Y eso que el dueño, además de adorarlo a él, también es un enamorado confeso de Porsche. «Bueno», trata de mediar con una sonrisa, «también podría llamarse Ferdinand de segundo». Bueno, si es así…

Chris LaBrooy vive en un chalé adosado a las afueras de la apacible localidad de Ellon, en Escocia, con su mujer Jessica, de origen californiano, su hijo Chase, de nueve años, y, como decíamos, desde no hace mucho también con Enzo. El perrito está encantado de tener invitados y muestra su entusiasmo correteando en círculos. Recibir visitas no debe de ser algo muy habitual en este recóndito rincón de Escocia. El lugar de nacimiento de LaBrooy es una pequeña localidad de apenas 10.000 habitantes situada a media hora en coche al norte de Aberdeen. Uno de los lugares más interesantes que se pueden visitar en los alrededores son las ruinas del castillo de Tolquhon, un lugar con un nombre prácticamente impronunciable pero con una historia curiosa. Cuentan que un antepasado del lord local, un tal William Forbes, lo mandó construir en su actual ubicación para defenderse de sus enemigos. Sin embargo, el castillo no llegó a presenciar ninguna batalla: estaba tan bien escondido que ningún posible atacante pudo encontrarlo jamás, tal como les gusta resaltar a los autóctonos.

En la sala de estar de LaBrooy está puesta la tele, pero nadie la mira. Nuestro anfitrión nos conduce hasta una pequeña estancia situada en la planta baja de la estrecha casa de ladrillo rojo. Una estantería con libros, tres sillas, un escritorio con un enorme monitor y una tableta gráfica, eso es todo. LaBrooy no necesita nada más para dar forma a sus fantasías.

Una mirada especial a la realidad

LaBrooy es diseñador de productos. Realizó su máster en el prestigioso Royal College of Art de Londres, una formación de primera categoría. Hizo sus primeros pinitos diseñando muebles y objetos de utilidad práctica. Esa primera fase de su vida laboral le sirvió para darse cuenta de dos cosas: primero, que tenía una gran habilidad para representar de un modo particular la realidad –y, en muchas ocasiones, incluso superarla– mediante renderizaciones animadas. Y en segundo lugar del gran poder que poseen las imágenes, su inmensa capacidad de atracción. Para explicar mejor a qué se refiere, pone como ejemplo a Marc Newson, un diseñador al que admira. Newson es famoso, entre otras cosas, por haber diseñado la tumbona de aluminio «lockheed lounge», que se convirtió en el primer objeto de diseño de un artista vivo que consiguió superar el millón de libras en una subasta. Todo un icono. «A todo el mundo le gusta la tumbona», explica LaBrooy, «pero solo unos pocos han estado frente a ella. Por tanto, lo que les gusta no es el objeto en sí, sino su aura».

LaBrooy no tardó mucho en llegar a una conclusión: «Stop making things, deja de producir cosas. A fin de cuentas, la humanidad no necesita la mayoría de las cosas que existen», afirma. Pero sí sus ilustraciones», al menos en vista de la demanda. A sus primeras animaciones, realizadas para estudios de arquitectura locales, siguieron trabajos más laboriosos para algunas de las compañías petroleras de Aberdeen. Su especialidad es la tipografía animada, es decir, transformar cosas reales en letras y palabras. La revista Time eligió su «Made in the USA» para ilustrar una de sus portadas. En principio no se puede aspirar a más.

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Esculturas que parecen levitar

Sin embargo, LaBrooy no se conforma con ello. Para él, sus obras de creación libre siempre han sido igual de importantes que las realizadas por encargo. Le gusta crear mundos nuevos y autónomos. Sus composiciones combinan escenarios arquitectónicos con secuencias fantásticas en las que los coches experimentan osadas metamorfosis. Y, para dejarlo claro desde el principio, las creaciones de LaBrooy no están inspiradas en películas de Hollywood tipo Transformers 1 y sus infinitas secuelas. «Mi trabajo no tiene absolutamente nada que ver con eso», dice con amabilidad pero con determinación. «Yo no me dedico a hacer robots de lucha».

LaBrooy enciende su ordenador, toma el lápiz de la tableta gráfica entre los dedos y traza un par de líneas con destreza. Su mano se mueve con una precisión milimétrica: arriba, abajo, derecha, izquierda, de nuevo hacia arriba… En pocos minutos, en el monitor se puede ver la silueta de una ciudad. Es solo un primer boceto, nada más. «Tardo semanas en tener lista una ilustración», explica LaBrooy. «Aunque hoy en día los ordenadores han facilitado mucho las cosas. Te permiten ver casi al instante cómo quedan tus ideas». Y lo ilustra con un coche que traza y pinta en cuestión de segundos. Después, modifica la posición del sol virtual y, en un abrir y cerrar de ojos, se renderiza también el brillo sobre la pintura del vehículo.

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Chris LaBrooy: Diseñador escocés de productos, comenzó diseñando muebles y objetos útiles para pasarse después a las ilustraciones digitales en 3D, mediante las que transforma objetos cotidianos en nuevas formas escultóricas. Su obra está a medio camino entre tipografía, arquitectura, objetos de diseño y artes plásticas.

El trabajo de este hombre de 36 años y pelo oscuro que empieza a clarear es un proceso tranquilo, una inmersión casi contemplativa en mundos fantásticos que después van tomando forma en la pantalla de un ordenador donde LaBrooy trabaja muy concentrado. Está esbozando un Porsche Cayman y transformándolo a la vez. Un par de movimientos con la mano son suficientes para estirar los bajos del vehículo hasta convertirlos en una estructura triangular gigantesca en la que se engarza un segundo Porsche igualmente deformado. El resultado, una fusión algo inquietante entre dos carrocerías que aparentemente se enarbolan y tratan de separarse conformando una escultura que parece flotar ingrávida en el espacio.

Un Porsche en la piscina

Los gráficos en 3D de LaBrooy transmiten una calma y una serenidad extrañas. Ello se debe, por una parte, a la claridad de sus ilustraciones y, por otra, a las esferas en las que inserta sus objetos. Sobre un estante situado bajo la librería hay una impresión en formato A2 en la que se puede ver una moderna casa con piscina dentro de la cual flotan, muy juntos y rodeados de agua, 12 nueveonces de color azul claro. Los escenarios con elementos arquitectónicos sofisticados son un componente recurrente de sus creaciones. Así, LaBrooy sitúa sus esculturas ante casas desenfadadas del Case Study en Palm Springs (California) –como es el caso de la imagen de la piscina–, en párkings de moteles con estridentes letreros de neón o entre edificios urbanos de la vanguardia japonesa de los setenta. Sus obras se pueden adquirir solo a través de su página web, no tiene galerista. Dice que no lo necesita. «Aún no», puntualiza con una sonrisa. Hasta ahora se gana el sueldo con los encargos que le llegan de agencias y revistas.

Para que la arquitectura parezca lo más auténtica posible, LaBrooy no deja nada en manos del azar. «Tengo una biblioteca enorme con todos los materiales, texturas y superficies imaginables. Gracias a ellos puedo reproducir prácticamente cualquier edificio de forma fotorrealista». Aun así, siempre va con los ojos bien abiertos y su cámara a punto en busca de nuevos materiales. Los muros de piedra gris de ese castillo que nunca llegó a presenciar una batalla, por ejemplo, aún faltan en su biblioteca.

Recorremos los 20 minutos que nos separan de Tolquhon en el Cayman rojo de LaBrooy. Se nota que disfruta con el sonido del automóvil. Dice que para él el deportivo es una pieza de arte tanto a nivel estético como acústico. Le fascina la marca Porsche y la constante evolución de sus modelos. «Como conductor, la conexión técnica que se da entre los proyectos deportivos y los modelos de carretera transmiten una especial confianza». A LaBrooy le encantaría poder conducir su Porsche de un modo más deportivo, sin los límites de velocidad de las carreteras escocesas, como en las autopistas alemanas, por ejemplo. Pero en Escocia eso es impensable: «La policía es muy estricta en este sentido, hay una tolerancia cero. Pero es totalmente comprensible que sea así en las pequeñas carreteras comarcales». Como los Porsche que penden cual uvas maduras de palmeras californianas, las altas velocidades y las fuerzas centrífugas quedan reservadas al mundo iconográfico de LaBrooy.

Texto Jan van Rossem
Fotografía Christian Grund