Uno de los creadores de la serie norteamericana Backseat Drivers, John Chuldenko, instauró la primera feria del automóvil para niños. En Christophorus nos narra una excursión familiar al Parque Nacional de Yosemite, motorizada para la ocasión con el
¿Qué lo provocó? ¿El póster del
Aprendí a leer y a escribir estudiando los folletos que recolectaba a decenas en las ferias de automóviles. De adulto quise reproducir como autor y director este entusiasmo de la niñez. Así que creamos los Backseat Drivers, una feria del automóvil para los más jóvenes, para que interactuaran con los vehículos, se lo pasaran bien y se familiarizaran con ellos. Al fin y al cabo son los conductores del futuro.
Mientras mi esposa Mirabai y nuestras hijas están ocupadas en colocar nuestro equipaje en el maletero y las niñas analizan interesadas cómo se repliegan las manillas en las puertas, me queda claro que este viaje –tal vez el primer viaje familiar con el
Con la batería cargada y el termo de café lleno, aprieto a fondo el pedal de aceleración en la entrada a la Interestatal 5. El vehículo se lanza a la acción con un chillido, no de los neumáticos, sino de las dos niñas que ocupan el asiento trasero. ¡Están entusiasmadas, radiantes! En estos pocos segundos han entendido qué vamos a hacer en este automóvil y en esta excursión: explorar California sin un rumbo fijo y experimentar este vehículo especial en un paisaje especial. Y cuando el
Al ascender por la ondulada carretera al Parque Nacional de las Secuoyas, de repente todo está en silencio: el viento, las niñas, el mundo. Nos quedamos todos sorprendentemente callados cuando pasamos con tranquilidad entre antiguos árboles majestuosos de 3.000 años de antigüedad. Hasta el susurro eléctrico del vehículo parece ensimismado, como si también él estuviera comprendiendo la excelencia de este instante.
Durante el pícnic, que tomamos sobre un antiguo árbol derribado, nos visita un enorme y espeluznante insecto que se adhiere insolente a la pintura color cereza del coche. Adeline, mi hija mayor, se apresura a esconderse detrás de la puerta del maletero, mientras que Charlotte, la pequeña, pregunta si no nos lo podemos llevar. Me sorprende lo diferentes que son las dos y por si acaso compruebo que Charlotte no haya escondido al animal en la guantera.
Se está poniendo el sol cuando llegamos a nuestra cabaña situada junto a la entrada del Parque Nacional de Yosemite. Como un detective en una serie policiaca, examino el vehículo en busca de snacks olvidados que pudieran provocar que un oso confundiera el
Quien crea que los osos son temibles, debería intentar alguna vez despertar a dos niñas a las cinco y cuarto de la madrugada. Para gozar de la naturaleza no hay otra opción: la aventura no espera. Así que colocamos a nuestras soñolientas niñas en el asiento trasero y nos ponemos en movimiento hacia el Parque Nacional de Yosemite. Está amaneciendo en este grandioso paisaje de una belleza casi surrealista, como un cuadro paisajístico expuesto en la lejanía. O como una imagen en blanco y negro del famoso fotógrafo californiano Ansel Adams que hubiera cobrado vida con magníficos colores intensos.
Yosemite es apabullante, un lugar que nos recuerda discreta pero rotundamente que solo somos un instante en la crónica de la naturaleza. Un lugar en el que casi todo lo que vemos nos va a sobrevivir largo tiempo.
Cuando tomamos una carretera de estrechas curvas, Adeline exclama: «¡Me encanta este coche!». Bingo. Unos segundos después los árboles dejan libre una vista majestuosa sobre el Half Dome, la montaña de casi 2.700 metros cuya cima se erige unos 400 metros por encima de los frondosos árboles. Al detenernos para ascender por las rocas más cercanas, se oye a lo lejos el rumor de una cascada. Pienso en los primeros aborígenes que se instalaron en esta zona y en los apasionados activistas que han luchado por su conservación. Y en la afortunada coincidencia de que ninguna de mis hijas tenga que ir en este momento al baño.
Antes de abandonar el parque bajamos otra vez del vehículo y nos adentramos en el bosque. En nuestra excursión bajo los árboles, Charlotte vuelve a hacer amistad con un insecto. Esta vez es una oruga, a la que llama Fuzzy y que por suerte no acaba en su bolsillo sino en la corteza de un árbol.
A la mañana siguiente, de regreso a Los Ángeles, recorremos serpenteando los campos dorados de California, aparentemente interminables. Y aunque hemos podido evitar que nos acompañaran a casa los seres vivos más pequeños del bosque, sí que volvemos con un nuevo miembro de la familia: un carísimo oso de madera tallado con motosierra llamado Gunther.
Los viajes por carretera se distinguen por su espontaneidad, la libertad de ir deambulando como te dé la gana y de parar en cualquier lugar. El Cross
«Estos días serán futuros recuerdos». John Chuldenko
Más tarde, en una autopista despejada, Mirabai comenta la suerte que tenemos de poder experimentar juntos estas vivencias. Miro por el retrovisor. Gunther está sentado entre nuestras hijas en el asiento del medio con el cinturón de seguridad puesto y me devuelve la mirada con sus ojos de madera. También nosotros nos entendemos y estamos felices de ser libres y viajar.
Con su amplitud de espacio el Cross
Texto publicado en el número 400 de Christophorus, la revista para clientes de