Explorando el camino para el regreso
No es una casualidad que lleven números consecutivos: el 918 Spyder tiene muchas cosas en común con el 919 Hybrid. Marc Lieb, piloto oficial de
Autoroute de l’Est. Algún lugar entre Alsacia y Champagne. En el retrovisor izquierdo, de pronto, un coche de policía azul. Marc Lieb comprueba la velocidad a la que circulamos: 130 km/h, por debajo por tanto del límite de velocidad permitido en este tramo de las autopistas francesas. Y, sin embargo, en lugar de adelantarnos, el coche patrulla circula en paralelo a nosotros. Cruce de miradas. Los policías observan con curiosidad el
Vía libre camino a Le Mans.
Dos horas han transcurrido desde que Lieb partiera de Zuffenhausen, la localidad al norte de Stuttgart donde tiene su sede
Sin casco, soporte HANS (Head and Neck Support), ni mono, Marc Lieb pesa 72 kg. Tiene 33 años y una cara pequeña de rasgos finos. De hecho, todo en él contradice un poco esa fama de físico rudo y varonil que precede a los pilotos de carreras. Además, por si fuera poco, es ingeniero en
El 918 Spyder es el vehículo de carretera que más se parece al 919 Hybrid. Su motorización híbrida, compuesta por un motor de combustión y dos eléctricos (uno en el eje trasero y otro en el delantero), le proporciona una potencia total de 652 kW (887 CV) y le permite alcanzar una velocidad máxima de 345 km/h. El asiento está casi tan bajo como en los coches de carreras. De hecho, en nuestra escapada a Le Mans el concepto «coche deportivo» adquiere un nuevo significado. Y es que en todos y cada uno de los peajes, Lieb tiene que soltarse el cinturón, salir encaramándose del envolvente asiento deportivo y sacar la mitad superior del cuerpo por la ventanilla… Es la única forma de poder introducir la tarjeta de crédito por la ranura. A la misma altura a la que los coches convencionales tienen el retrovisor lateral, resplandece el techo de carbono desmontable del 918 Spyder.
Galería.
Aún nos quedan unos cuantos peajes antes de llegar a Le Mans. La ciudad, situada a 200 km al suroeste de París, tiene 143.000 habitantes, una catedral y una estación de TGV (el tren de alta velocidad francés). Si no fuera por su historia en el mundo del motor, esta ciudad de provincia difícilmente habría alcanzado fama mundial. Sin embargo, el destino quiso que en 1906 Le Mans se convirtiera en la primera ciudad del mundo en acoger un Grand Prix. Y que desde 1923 en la ciudad se celebrara un sábado de junio por la tarde la célebre carrera de 24 horas.
Una vez en Le Mans, Lieb se pone a explorar el Circuit des 24 Heures. En la actualidad, el recorrido mide 13,6 km y en su mayor parte sigue estando formado por carreteras públicas. Nada más cruzar la línea de salida está el puente de Dunlop. Y, después, tras la curva de Tertre Rouge, la legendaria recta de Hunaudières en dirección a la curva Mulsanne. Los pilotos ingleses, que se refieren a la recta como Mulsanne Straight, suelen pronunciar su nombre con admiración.
Una admiración que se debe a que la recta discurre casi 5 km por un paisaje llano. A mano derecha lo primero que se ve es un puesto de comida rápida. Después, una tienda de muebles que anuncia butacas de la marca Stressless. Guardando la debida distancia de seguridad, Lieb adelanta a un ciclista que vuelve de entrenar embutido en un maillot lleno de barro. Y es que en los bosques que rodean el circuito, la movilidad tiene muchas caras.
Sólo la triple valla de protección permite adivinar que esta carretera nacional que discurre apacible entre bosques y campos es un circuito de carreras. Bueno, eso, y el tono de voz de Lieb. El piloto lleva los 820 km que separan Stuttgart de Le Mans contestando preguntas, siempre de forma amable y competente. Y cuando el copiloto no hacía preguntas, en el interior del coche sólo se oía un motor de ocho cilindros que, bajo los tubos de escape, emite un sonido similar al de los coches de carreras. Sentado al volante, Lieb siempre está en modo relax y charla tranquilamente sobre las ventajas del Spyder o hace comentarios sobre un paisaje que recuerda a las escenas iniciales de la película de Steve McQueen sobre Le Mans. Pero, nada más llegar a la recta Mulsanne, el sobrio ingeniero se convierte en un piloto apasionado. De repente las historias brotan de él a borbotones y la carretera se convierte en una pista por la que fluyen las emociones.
La entrevista se desarrolla a velocidad de carrera, y a este periodista casi no le da tiempo a tomar notas. «Por la noche no se ve ninguno de los puntos de referencia para frenar, tienes que orientarte por las señales», comenta en la primera chicana. La situación mejora en el amanecer del domingo, cuando «el asfalto y el aire aún están frescos de la noche», explica Lieb, «pero vuelves a tener visibilidad y puedes hacer la vuelta entre uno y dos segundos más rápido». A la salida de la chicana comenta una de las ventajas del sistema híbrido: el motor eléctrico de 95 kW (129 CV) situado en el eje delantero convierte al 918 Spyder en un cuatro por cuatro. «El coche se vuelve más estable, por lo que puedo salir de la curva acelerando mucho más», afirma.
Nos estamos acercando a la curva Mulsanne. Aquí, en la carrera de verdad, Lieb frenará drásticamente para reducir la velocidad de más de 300 km/h hasta 70 km/h, en una de las maniobras más espectaculares y recurrentes del clásico circuito de larga distancia, sobre todo por la noche. En un coche híbrido frenar no significa simplemente reducir, frenar significa que la energía mecánica generada se convierte en energía eléctrica y se almacena en la batería. Eficiencia pura.
Poco antes de la recta final vienen las curvas
Tras los montones de neumáticos apilados resplandece el amarillo de las genistas. Álamos y abedules bordean la carretera. En uno de los prados han montado un mercadillo. Durante la carrera en la zona hay más ajetreo, con fans procedentes de todo el mundo acampados en los alrededores. Le Mans es el contrapeso castizo a las frías carreras de Fórmula 1, diseñadas por el ordenador de turno. La genuina provincia es el escenario ideal para los coches de carreras de la categoría de los prototipos.
Por ejemplo en Teloché, un pueblecito situado al sur del circuito. Unas casas más allá del ayuntamiento, de una sola planta, se ven dos surtidores de gasolina delante de un pequeño taller con el letrero «Se reparan todas las marcas». En la ventana, un cartel hace publicidad de una discoteca local. Y en la plataforma descansa un coche al que le están cambiando las pastillas de freno. De la pared cuelgan correas de transmisión y cables Bowden.
En 1951, año en que
El dueño del taller es demasiado práctico como para montar un museo. Ni un solo souvenir, ni una mera inscripción que hagan referencia a ese capítulo de la historia de
Este pequeño taller es la prueba de que a
¿Que si Marc Lieb puede entrar el 918 Spyder en el garaje para hacerle una foto? «Bien sûr», responde. En un abrir y cerrar de ojos un grupo de personas se arremolina para hacer fotos con sus móviles mientras Lieb se acerca en modo eléctrico. El súperdeportivo es silencioso como una bicicleta. Sólo se oye el ruido de los neumáticos rodando por el suelo y las piedrecillas crepitando contra los bajos. «¿Cuánta autonomía tiene el motor eléctrico?», pregunta un mecánico. «30 kilómetros», responde Lieb. «¿A cuánto puede ir en modo eléctrico?». «A 150 km/h». Es como jugar a las cartas de coches pero con un coche de verdad.
En Le Mans, la tradición del automovilismo se palpa en el ambiente. También Marc Lieb forma parte de esa gran historia, pues ya ganó una vez aquí en la categoría GT. Al final de nuestro tour vuelve a acercarse a la línea de meta, para el 918 Spyder, se baja y se apoya en la puerta del conductor con la mirada fija hacia delante. El 14 de junio volverá a estar aquí, entonces con el 919 Hybrid. Será la primera vez que pugne por hacerse con la victoria general.
Se le espera con ganas.
Texto: Johannes Schweikle
Fotografía: Victor Jon Goico