El Cayenne descubre el Cáucaso
Desde Turquía hasta Azerbaiyán pasando por Georgia: una prueba de resistencia para el nuevo
El guardia fronterizo georgiano examina nuestra documentación. Mientras teclea algo en su ordenador, se revuelve en su silla. Su mirada va y viene entre la pantalla y nuestro automóvil. Parece que algo no cuadra. Nos obliga a bajarnos, acercarnos a su garita y entregarle nuestros pasaportes. Al hacerlo, miramos de reojo su pantalla. En ella se ve una lista de modelos de automóvil que es obligatorio registrar al entrar en el país:
La cosa es que ahora viajamos con un nuevo
Esa misma mañana, hemos salido de la ciudad turca de Trebisonda. 50 kilómetros al sur de esta localidad está el monasterio de Sumela, impresionante vestigio de su floreciente época medieval. A medida que nos acercamos a él, la carretera y el valle se estrechan, y se ven cada vez menos casas. A continuación entramos en una sinuosa carretera de montaña. En las cerradas curvas, el
El edificio, sobrecogedor por fuera, transmite tranquilidad cuando uno accede a su patio interior. En momentos de silencio, se pueden oír las gotas de agua cayendo desde las rocas en un depósito que fue expresamente construido para ese fin en tiempos inmemoriales. A ambos lados de la escalera hay edificios con rótulos que indican su función: cocina, horno de pan, biblioteca… Por lo visto, ya en la Edad Media se mostraba a los monjes cómo llegar hasta el pan o hasta los libros. Debemos estar enormemente agradecidos a los sultanes otomanos por haber puesto este monasterio bajo su protección. Gracias a ellos, en Sumela pudieron vivir y trabajar durante siglos monjes ortodoxos griegos. Testigos de estas épocas pasadas son los maravillosos frescos pintados en las paredes interiores y exteriores de la iglesia, tallada en la roca. Impresionados por su riqueza de colores, nos ponemos en marcha rumbo a Georgia.
Al caer la tarde, apenas cruzada la frontera, tras la primera curva, un grupo de vacas nos obliga a frenar en seco. Indiferentes al
A la mañana siguiente salimos para Tiflis mientras, a la luz del amanecer, Georgia se muestra en todo su esplendor. Desde Batumi, en la región autónoma de Ayaria, nuestro camino conduce primero hacia el Norte, en dirección a Kutaisi, y luego hacia el Este. Para poner a prueba el nuevo
Cuanto más nos adentramos en el país, peores son las carreteras. Primero están bien asfaltadas. Luego nos tropezamos con un socavón aquí, otro allá… y de repente nos encontramos sobre una pista de grava llena de baches que al poco rato serpentea cuesta arriba a través de la cordillera Meskheti. Sus suaves pendientes boscosas despliegan toda su riqueza cromática bajo el sol del mediodía. Es un panorama de ensueño... y un magnífico comienzo. Sobre la áspera pista, el
Al día siguiente ascendemos a las grandes alturas del Cáucaso. Al norte de Tiflis comienza la carretera nacional S-3, más conocida como Camino Militar Georgiano debido a que Rusia la construyó en el siglo XIX para afianzar su poder en la recién conquistada región del Cáucaso. A pesar de los continuos trabajos de reparación de la S-3, el tiempo parece haberse detenido en algunos tramos donde abundan los agujeros en el pavimento y el suelo de grava. Sin embargo, el paisaje nos compensa con creces. Por ejemplo el embalse de Zhinvali, que con sus aguas azul turquesa dominadas por la fortaleza de Ananuri parece sacado de un cuento.
Atravesamos el pintoresco valle del Aragvi, rodeado de montañas cada vez más altas. En dirección a la vertiente oriental del valle, la carretera conduce a una imponente cumbre donde está la estación de esquí de Gudauri. A continuación se halla el ancho y árido valle del Térek, donde un manantial de aguas minerales con alto contenido de hierro tiñe las rocas de un rojo amarillento. Luego llegamos a Stepantsminda (antes Kazbegi)… y nos quedamos sin habla.
Peter Jackson habría podido rodar aquí El Señor de los Anillos. Este lugar fascinante está situado entre escarpadas hileras montañosas que se parecen mucho a las Montañas Nubladas de la trilogía cinematográfica. Dominando el conjunto, se eleva la inmensa cumbre nevada del volcán apagado de Kazbek, y agazapada sobre una colina está la iglesia de la Santísima Trinidad. El trayecto hasta ella resulta ser uno de los puntos culminantes del viaje: un auténtico recorrido campo a través sobre una pista estrecha y fangosa con profundos surcos. Los excursionistas tardan tres horas largas en recorrerla. Nosotros, con nuestro
Otros 700 kilómetros hasta Bakú. Desde el Camino Militar, tomamos una desviación hacia el Este. En el accidentado puerto de montaña, incontables camiones levantan tras de sí nubes de polvo que casi no nos dejan ver. Tras cruzar el puerto, el polvo se disipa y, desde la empinada carretera, miramos hacia abajo y vemos la extensa llanura de la región de Kajetia. El frío del Cáucaso da paso a un calor casi abrasador. Este es un clima perfecto para la uva, y los viñedos se suceden uno tras otro. No en vano los vinos de esta región tienen fama mundial. Al poco rato llegamos a la frontera con Azerbaiyán. Nos miramos asombrados al descubrir por encima de la carretera una señal que dice «Buena suerte». Como en una película de espías o una novela de John le Carré, debemos bajarnos y cruzar a pie el puente hasta el otro lado de la frontera. Después de más de una hora de trámites, estamos en Azerbaiyán. Una majestuosa bandera ondeada por el viento del sur nos da la bienvenida.
Aunque el país tiene algunas similitudes con Georgia, parece estar algo mejor económicamente. Lentos pero seguros, nos aproximamos a Bakú mientras la oscuridad cubre el país con un manto impenetrable. Ya es noche cerrada cuando nuestro
Texto Mikołaj Kirschke
Fotografía Gary Parravani, Jonathan Hatfield