La magia de la megaciudad
Por la noche, Shanghái se convierte en la metrópolis posiblemente más trepidante de Asia. Un fascinante recorrido por esta megaciudad.
De noche Shanghái se convierte en una ciudad mágica y una suave brisa marina diluye el calor bochornoso del día. El concierto de bocinas toca a su fin cuando finalmente se vacían las calles una vez pasada la hora punta. Las avenidas del barrio francés parecen salidas de una ciudad encantada. Ahora es cuando empieza el verdadero espectáculo: raudas franjas luminosas de color azul inundan las autopistas al tiempo que las miles de luces procedentes de algunas de las torres más altas de Asia centellean en el Bund, el extenso paseo junto al río. En cada calle relucen letreros luminosos que, en todos los colores neón, anuncian restaurantes, bares de karaoke o salones de masaje.
Nuestro recorrido comienza en Pudóng, el barrio situado al este del río Huangpú. Son las 7 de la tarde y se acaba de poner el sol. Por una autopista que lleva hacia el norte nos dirigimos a Lujiazui, el centro comercial y financiero de la ciudad. Wang, el conductor, conoce bien el camino y sabe qué calles se deben evitar en las horas punta. Su lacónico comentario sobre el embotellamiento crónico de Shanghái es: «Too many cars!».
Pero, por ahora, el tráfico todavía es fluido y el torbellino de luces y coches se desliza silenciosamente a nuestro lado. Con el acristalamiento insonorizado y antitérmico del
Wang señala el Centro Financiero Internacional de Shanghái y dice: «Allí fue la presentación mundial del
Cuando hace 30 años comenzó en China el proceso de apertura, aquí no había más que unos pocos edificios y arrozales. Hoy en día, sin embargo, su perfil urbano es uno de los motivos fotográficos más famosos del mundo y China se ha convertido en la segunda economía más fuerte en el plano internacional, por lo que la mayoría de los grandes consorcios tienen ya oficinas en Lujiazui. Muchos expatriados viven a este lado del río debido a su cercanía al aeropuerto y a las escuelas internacionales. Pero, como les ocurre a la mayoría de los que diariamente se desplazan de casa al trabajo, ahora nos toca a nosotros cruzar el río para ir a la parte antigua. Ya antes de entrar en el túnel «Yan’an Dong Lu» la cola de coches avanza a paso de tortuga.
Wang decide entonces dar un rodeo y seguimos en dirección norte para meternos por el túnel «Xinjian Lu», menos transitado. Cuando salimos del túnel al otro lado del río, nos encontramos en una parte de la ciudad bastante anónima, donde aparte de bloques de viviendas y pequeños comercios no hay mucho que ver.
Como consecuencia del mayor proceso de urbanización de la historia, desde 2012 la mitad de los habitantes de China vive ya en ciudades. La gente se traslada masivamente del campo a la ciudad en busca de trabajo en un proceso que controla el Estado. En China prácticamente no hay barriadas como las de África o América Latina. En lugar de ello, hay edificios de hormigón siempre iguales de 20, 30 o hasta 40 pisos. La mayoría de las ciudades chinas ha perdido su carácter propio y apenas pueden ya distinguirse las unas de las otras. Sin embargo, Shanghái conserva una gran parte de sus edificios antiguos. En los últimos 20 años, el número de sus habitantes se ha duplicado hasta alcanzar unos 23 millones.
También Wang es uno de los que llegó aquí en los últimos años. Es oriundo de la provincia de Jiangsu, al norte de Shanghái, donde sigue viviendo su familia. «Aquí gano muchísimo más de lo que ganaría en el campo», afirma. Wang tiene 43 años y ahorra una parte de su sueldo con vistas a comprarse un piso en su ciudad natal.
Cruzamos el río Suzhou, un afluente del Huangpú. Aquí comienza el Bund. Esta zona en torno al paseo fluvial era el centro de las concesiones internacionales controladas por las potencias europeas y aquí era donde atracaban los navíos mercantes de ingleses, franceses, rusos, alemanes y japoneses. Desde la azotea del Hotel Peace, el más antiguo de la ciudad, y desde la terraza del Bar Rouge extranjeros y chinos adinerados contemplan admirados el espectáculo que se desarrolla al otro lado del río. Pasado y futuro cara a cara. Cada noche, hasta las 11, tiene lugar un espectáculo luminoso en las fachadas de los rascacielos.
Pero ahora queremos ir al Barrio Francés, la parte más bella de la ciudad. Wang evita las estrechas calles del centro antiguo, que empieza justo detrás del Bund. El
Pero el mundo real vuelve a cobrar presencia con la columna de vapor que emana de las canastas redondas de bambú en las que se hacen los baozis o dumplings chinos, con los woks en los que se rehoga la pasta o con los hombres que pelan durianes en la calle. Los ciclistas se abren paso en sus bicicletas eléctricas a través de la vorágine. Aquí Shanghái sigue siendo como seguramente era hace 30 años. El espacio reducido en las casas hace que la vida se desarrolle en la calle.
En 2010 ya había en Shanghái 3,1 millones de vehículos. Y cada vez hay más, pues para muchos chinos tener coche sigue siendo un símbolo de estatus. Los coches alemanes son especialmente apreciados. La ciudad se ve ya obligada a limitar el número de matriculaciones, de modo que quien quiera una placa de matrícula tiene que pagar 80.000 yuanes (unos 12.000 euros) y participar en una lotería. Wang nos cuenta que su primo lleva cinco meses esperando un número de matrícula. Y es que en las horas punta solo los vehículos con matrícula de Shanghái pueden utilizar las arterias principales.
Hacia las 8 de la tarde comienza a disminuir el tráfico. Dejamos el Bund torciendo a la derecha en dirección oeste. A mitad del camino nos paramos en Xintiandi, un barrio modelo donde casas tradicionales chinas, las llamadas shikumen, albergan modernos restaurantes. Nos compramos un sándwich en una cadena de establecimientos que intenta atraerse a la nueva clase media de Shanghái con su «Organic Food».
El recorrido finaliza en el Barrio Francés. En esta parte de la ciudad los franceses dejaron su huella en el siglo XIX con sus edificaciones y avenidas de plataneros, que en la actualidad conforman un tejado verde a lo largo de cientos de callejuelas de Shanghái. Aquí es donde la metrópolis encuentra su solaz. Las calles han quedado en silencio y ya solo se oye el chirrido de las cigarras.
Texto Philipp Mattheis
Fotografía Martin Grega
¿Qué hacer en Shanghái?
Sumergirse en la ciudad
Veloz
Ya a su llegada al aeropuerto internacional de Pudóng el visitante puede sumergirse en el ritmo acelerado de la megaciudad y desplazarse a la ciudad en menos de ocho minutos en el tren de levitación magnética llamado Maglev.
Digno de ver
Pasear a lo largo del Bund, el impresionante paseo fluvial de 2,6 kilómetros de Huangpú, y admirar la espectacular arquitectura del barrio de Pudóng situado a la otra orilla. La antigua Concesión Francesa, en los barrios actuales de Luwán y Xúhui, atrae por su flair europeo y sus numerosas pequeñas panaderías.
Espiritual
Un lugar ideal para evadirse de la agitación de Shanghái y reencontrarse consigo mismo es el templo budista de Longhua, del siglo III, que se encuentra en el barrio del mismo nombre. www.meet-in-shanghai.net