Robby Naish LDB 343
Se las lleva a todas por delante, las pequeñas, las grandes y las más grandes. Robby Naish es el rey de las olas en Hawái, pero fuera de su elemento es una persona tímida. Las tablas favoritas de Naish para la carretera: un
Robby Naish está en pantalón corto y con el pecho al descubierto en medio del agua, o sea en su elemento, podría pensarse. Pero, en este caso, no es la cálida agua de la playa de Mauí la que acaricia sus tobillos. A nuestra llegada, nos encontramos a esta leyenda del windsurf –con 24 títulos mundiales en su haber– en el garaje inundado de su casa y con expresión malhumorada. Por la noche se desbordó el pozo porque se averió la bomba de agua. ¡Otra vez!
Así es la vida en la exuberante costa norte de Mauí, sin conexión a la red de suministro. Por ello tiene que recurrir regularmente al recogedor de agua y encargarse de que le traigan en camión miles de litros de agua hasta que se arregle el pozo. Pero vivir en un terreno de 30 hectáreas con una espléndida vista al Pacífico y rodeado de cocoteros y árboles llenos de plátanos, papayas, limones y limas bien merece la pena. Hace 11 años, Naish y su mujer Katie se instalaron en este paraíso marcado por el viento y el mar. «Quería comprar un trozo de Hawái antes de que no quedara nada», se justifica.
El garaje de Naish, un cobertizo de chapa ondulada verde, constituye un microcosmos de sus pasiones. En las paredes, junto a velas enrolladas y botavaras, tiene docenas de tablas de surf históricas de Quiksilver (algunas con adhesivos de
Además del material de surf, un tractor, un go-kart y dos cuatriciclos, en el cobertizo también hay sitio para la otra pasión de Naish. Ahí está su 911
Junto a él está también el 911 S, año de construcción 1977, cuya carrocería azul iris compite con el azul del Pacífico y el cielo. Naish lo compró en California en 1987 y desde entonces no ha dejado de hacer arreglos en él. «El coche es un bastardo. Nada en él es original». Le ha dotado de un morro plano, un motor de 3 litros Big-Bore y 169 kw (230 CV), un carburador Weber doble, un embrague de competición y ruedas de competición Simmons. Que la carrocería de este nueveonce de 38 años esté como nueva se debe, sobre todo, a que ha estado bien guardado en el garaje y a que Robby lo cuida tanto como a sus tablas de surf. Pone en marcha el motor y da una minivuelta frente al cobertizo. Un faisán sale asustado de un matorral y desaparece entre la hierba alta. Naish ha recorrido, como mucho, 6.400 kilómetros con este coche. ¿Venderlo? ¡Nunca! «Aunque no tuviera motor, me sentaría todos los días delante de él para contemplarlo».
La pena es que no puede experimentar a tope sus deportivos. Esta es la maldición de Mauí, la más bella de las ocho islas de Hawái, que con una superficie de 1.883 km² apenas cuenta con circuitos de carreras ni autopistas. El único circuito de competición que había se eliminó hace diez años y, en cualquier caso, no se puede ir a más de 90 km/h, siendo la norma general conducir a 55 o incluso menos. Las pocas «highways» que tiene, así como las carreteras que discurren a lo largo de la espectacular costa y las numerosas carreteras de montaña son muy transitadas tanto por los habitantes de la isla como por los turistas. «Aquí nunca es posible ir rápido una hora seguida. Lo que sí es posible es conducir durante una hora y, entre medias, vivir algún que otro momento emocionante si se pueden tomar dos o tres curvas en solitario». Naish (a quien su hija mayor ya ha hecho abuelo) recomienda especialmente la Route 37, que sube serpenteando hasta el cráter del Haleakalā, a 3.000 metros de altura. «Subo por ella, quizás, una vez al año», dice Naish levantando deslumbrado la mirada hacia el volcán.
El disgusto del pozo le ha abierto el apetito. Pero antes de ir a comer quiere enseñarnos su segundo garaje. Le seguimos tras su 911
Por su parte, el otro coche que está dentro del garaje es todo menos discreto: un Evans Series One amarillo chillón del año 1991. Un coche de competición homologado para la vía pública del que John Evans, un pequeño fabricante de Scottdale, Georgia, solo produjo dos unidades. Naish confiesa que lo utiliza pocas veces, ya que según afirma (y aquí reside la paradoja de esta estrella mundial del windsurf fotografiada y filmada miles y miles de veces en las últimas décadas) es tímido, introvertido y poco sociable. «La verdad es que no me gusta estar rodeado de gente. En vista de la flota que poseo, se podría pensar que soy un fantasma al que le gusta presumir». Pero afirma que lo que pasa es que, sencillamente, le gustan los coches. Cuando más disfruta conduciéndolos es a las 3 de la mañana por la isla, cuando las carreteras están vacías y nadie le ve.
Que Robby no va provocando expectación a su paso queda claro en Haiku. Este hombre de cabello ondulado aclarado por el sol, ojos de un azul intenso y un cuerpo en plena forma visible en su indumentaria típica de surfista, pantalón corto, camiseta y chancletas, saluda amablemente a la gente. Para comer va a uno de los chiringuitos más sencillos del pueblo, un chino que recuerda al McDonald’s, donde todo se sirve en polietileno. Aquí nadie se da la vuelta a mirarle. Naish se come su hamburguesa de queso doble con patatas fritas y después continúa hasta Ho‘okipa, la playa de windsurf más famosa del mundo.
Nubes bajas oscurecen ahora el cielo, y junto con el mar revuelto forman una deliciosa paleta de colores grisáceos, azulados y verdosos. Unos cuantos surfistas se deslizan mar adentro. Por lo demás, todo está vacío. Naish aparca su 911 al lado de la playa, se baja de él y mira al Pacífico. «Ayer estuve aquí haciendo kitesurf durante dos horas y no había ni un alma. Fue espectacular. Hacía un tiempo horroroso, nubes, lluvia, viento fuerte y olas tres veces más altas que las de ahora». O sea, las condiciones ideales para un campeón. Empiezan a caer gotas, «liquid sunshine», observa Naish sonriendo y se despide con un amistoso «aloha». A continuación sube a su nueveonce y espera pacientemente hasta que se haga un hueco que le permita incorporarse al denso tráfico de la Hāna Highway.
Autora Helene Laube
Fotógrafo Marc Urbano