Magnus Walker
La fascinación de Magnus Walker por los
No hay duda de que Magnus Walker tiene un aspecto realmente original. Y no es porque pierda el tiempo pensando en su apariencia. Al contrario: las rastas hasta la cintura, los tejanos desgarrados y los tatuajes en los antebrazos son signos externos de una vida veloz. A ello se suma un rostro en el que lleva escrito el escepticismo frente a la norma y a cualquier convención. Como él mismo dice: «Si todos están conformes con tu aspecto, vas por mal camino».
Magnus Walker es diseñador de moda, icono de estilo y forofo de los coches. Además, atesora una de las colecciones de
Cuando Walker, con una mezcla de acento británico y argot de la Costa Oeste, relata su primer encuentro con un
En 1982, siendo adolescente, dejó la escuela, consiguió un trabajo temporal en Estados Unidos y se quedó en California impulsado por el deseo de hacer realidad sus sueños. «Para mí, lo peor era la idea de regresar a Inglaterra como un fracasado». Primero vendió moda punk diseñada por él mismo en Venice Beach. Luego entró con su esposa Karen en el negocio inmobiliario. La segunda ley del Urban Outlaw es: «Si te gusta, simplemente hazlo».
Este, exactamente, es el principio que acabó por encender su pasión coleccionista. Con el paso de los años, a su primer 911 se le fueron sumando docenas de otros ejemplares. Hoy, calcula que deben ser unos 40. La mayoría los encontró muy deteriorados, algunos incluso listos para el desguace, pero con su característica mezcla de espíritu lúdico y estilo propio los transformó en espectaculares piezas únicas. Con cada una de ellas intentó hacer realidad su sueño infantil de restaurar el deportivo perfecto. Sus automóviles no son en modo alguno piezas perfectas, al contrario: a su propietario no le molesta que tengan arañazos en la pintura. Su lema es: «Los coches están para conducirlos», y hacerlo deja huellas. Pero para él, la pasión por coleccionar también es expresión de curiosidad y de afán investigador. «Solo si tengo un ejemplar de cada nivel de desarrollo del 911 podré comprender toda su evolución», dice Walker. Por eso es más bien raro que revenda uno de sus coches. Bob Ingram, industrial y legendario coleccionista de
El pasado mes de julio, Walker, «el forajido», cumplió 50 años. Su barba y sus rastas están pobladas de canas. Por lo menos, ahora hace un alto de vez en cuando y afloja la marcha cada vez con más frecuencia. Dice estar en una «fase reflexiva». Y aunque dichas por él suenen casi extrañas, estas palabras tienen un trasfondo serio. Su mujer murió hace apenas dos años. Ello le incita a buscar nuevas metas, sabiendo, sobre todo, lo que no quiere: ni villa de verano, ni partidas de golf, ni catas de vinos… nada de lo que suele ocupar a los hombres de éxito de su edad tiene interés para él. «Ya de niño me saltaba las normas. Y no he cambiado». La última y definitiva ley del Urban Outlaw es: «Cuando las convenciones te dejan indiferente, todo es posible».
Ahora no se le ve tanto en su garaje ni en su empresa. Solo cada dos semanas contacta con sus empleados. «Ya no quiero crear más negocios, sino vivir experiencias nuevas y totalmente distintas», cuenta Walker. El verano lo pasó en la República Dominicana. ¿A qué fue? A conducir, conducir y conducir. Con un
«Allí nunca sabes lo que te espera tras la siguiente esquina. Tienes que luchar por cada centímetro de carretera». A pesar de ello, a veces puso a prueba la fantástica capacidad de aceleración del coche, y al hacerlo, nos cuenta, vivió breves instantes de pura felicidad. Cuando por las noches se sentaba con unos amigos y una cerveza debajo de un puente de autopista, seguía sintiendo las vibraciones de la carretera en cada célula de su cuerpo. Esas son experiencias que le estimulan. Por eso quiere seguir conduciendo, mantenerse en movimiento. «La pregunta más emocionante es siempre adónde iré después». Magnus Walker ya lo sabe: con el 911, a la gran carretera, la Panamericana.
Texto Tobias Moorstedt
Fotografía Alexander Babic